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20.000 árboles contra una depuradora: la lucha de Mari Carmen por salvar la Vega de Mestanza

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La última vega fértil de Málaga será arrasada para construir una macrodepuradora en suelo inundable. Mari Carmen Mestanza lo denuncia entre lágrimas, y los vecinos se plantan para evitarlo.

No es un relato de ficción, es una tragedia en marcha. En plena Málaga capital, una vega con más de 20.000 árboles frutales —naranjos, limoneros, mandarinos— está a punto de desaparecer bajo el cemento de una macrodepuradora. La vega de Mestanza, como se la conoce, no es solo una tierra fértil: es el legado de generaciones. Y Mari Carmen Mestanza, su heredera, ha dicho basta.

“Me han comunicado que el martes a las ocho de la mañana entrarán las máquinas para cortar los primeros árboles. Calculan que podrán cortar 400. Yo voy a estar ahí. Porque esos árboles son nuestra vida… y no merecen morir solos.”

Así comenzó Mari Carmen su intervención en el programa. Su voz temblaba, pero su determinación no. Ha logrado movilizar a cientos de personas con un solo vídeo, difundido en redes. Y gracias a esa movilización, el primer día previsto para la tala las máquinas no se atrevieron a aparecer.

¿Por qué destruir esta vega histórica? Según la Junta de Andalucía, es el lugar elegido para una macrodepuradora que recogerá aguas residuales de varios municipios: Alhaurín, Torremolinos, Cártama, Málaga capital… Pero la elección del lugar es, como mínimo, absurda.

“Esto es zona inundable. Aquí el agua alcanza 4,5 metros de altura. Está prohibido construir en terreno así. A nosotros nos prohíben construir nuestras casas, pero ellos quieren hacer una isla artificial de cemento para levantar encima la depuradora.”

Y como el terreno está ocupado por árboles y huertos, el plan es simple: arrasarlo todo. El coste estimado de la obra: 150 millones de euros. Según denunció Mari Carmen, hacerla en otro lugar no inundable costaría mucho menos, pero parece que eso no interesa.

La historia familiar que se arrasa

La Vega de Mestanza no lleva ese nombre por casualidad. Mari Carmen cuenta cómo su abuelo, con diez hijos y sin nada más que sus manos, alquiló las tierras al marqués de Arios y acabó comprándolas. A golpe de trabajo, a golpe de cosechas. Con lluvias, desbordamientos, pérdidas, pantanos y esperanza.

“De la nada, hizo esto”, dice señalando el manto verde que muestra a cámara. “Es un manto que la Virgen querría para pasear.”

Detrás de cada árbol, hay nombres. Han colgado carteles con los nombres de quienes trabajaron la tierra. No es solo una finca: es un monumento vivo al esfuerzo de muchas familias que han sacado adelante una forma de vida cada vez más arrinconada por el hormigón.

A Mari Carmen no le falta claridad: “No seré fuerte para enfrentarme a la administración, pero me prometí que estos árboles no van a morir invisibles. Si los cortan, el mundo lo verá. Si mueren, lo harán en directo.”

Promesas rotas y políticos ausentes

Mari Carmen ha hablado en varias ocasiones con Juanma Moreno, presidente de la Junta de Andalucía. Le pidió que visitara la Vega. Él, amable, le prometió que iría. Hace cinco años. Nunca apareció.

En cambio, lo que sí ha llegado es el BOJA (Boletín Oficial de la Junta de Andalucía) y la maquinaria. Ni informes públicos, ni debate ciudadano, ni alternativas reales. Todo decidido entre despachos.

“Le pedí que no se la llevara sin dar la cara. Que si se la llevaba, al menos viniera y reconociera la grandeza de la Vega. Pero ni eso. Solo promesas vacías y mentiras en papel oficial.”

Una muerte anunciada. Pero no en silencio.

La Vega de Mestanza es el último reducto agrícola de Málaga capital. “Es nuestro Central Park”, dice Mari Carmen. Mientras políticos reparten suelos como quien reparte cartas marcadas, los vecinos luchan por su dignidad. Y lo hacen en silencio, con carteles, con presencia. Día tras día, a primera hora, esperando que no aparezcan las máquinas.

Mari Carmen lo tiene claro: “Van a destruir la Vega, sí. Pero también una forma de vida. Una historia. Un paisaje que es el alma de esta tierra.”

Y mientras tanto, muchos seguimos sin enterarnos. Porque si ellos no lo paran… ¿quién lo hará?

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