La sociedad ha interiorizado que la izquierda puede decir lo que le dé la gana, por eso la gente se calla

Recreación ilustrativa sobre el clima de silencio social frente al discurso dominante de la izquierda.
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En cada tertulia veo más claro que España vive una anomalía política y social que ya casi nadie se atreve a nombrar. Por eso agradezco cuando alguien lo dice sin filtros, como hizo José Luis Rancaño, productor de cine y creador del documental Riadas, al analizar el clima político que hoy domina el país: “La sociedad ha interiorizado que la izquierda puede decir lo que le dé la gana, por eso la gente se calla.”

Rancaño pone el foco en algo que todos vemos pero pocos verbalizan: la izquierda ha conseguido avanzar una idea peligrosa, la de que sus excesos verbales o políticos son tolerables por defecto, mientras cualquier reacción desde la derecha debe justificarse, suavizarse o evitarse para no ser demonizada. Lo vimos con las palabras de Ione Belarra, usando el verbo “reventar” para referirse a la derecha. Una amenaza política explícita, normalizada entre aplausos tibios y silencios cómplices.

Rancaño describe un país donde incluso los empresarios toman decisiones condicionados por el miedo: “Estos son más peligrosos, si les llevas la contraria pueden ir a por ti”. Y, desgraciadamente, cada día vemos ejemplos que refuerzan esa percepción: impunidad en ayuntamientos, destrucción de documentos, sobornos en instituciones autonómicas, portavoces del Gobierno acusadas de ofrecer salarios sin trabajar… todo ello sin consecuencias reales.

La pregunta no es por qué la izquierda hace lo que hace, sino cómo hemos llegado a aceptar que puede hacerlo sin freno. Para Rancaño, la respuesta es sencilla: la sociedad ha interiorizado que protestar sale caro, que contestar sale caro y que levantar la voz contra determinados discursos implica arriesgar reputación, trabajo o tranquilidad.

Su diagnóstico no es derrotista, sino una llamada a la responsabilidad colectiva. A recordar que la democracia exige límites, valentía cívica y un mínimo de decoro institucional que hoy parecen extinguidos.

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