¿Cuántos muertos más hacen falta para que Sánchez suelte el sillón?

Lo digo con el hartazgo de quien lleva tres años en esta trinchera, recibiendo datos, testimonios y llamadas desesperadas. Lo digo con el respeto que merecen los muertos. Y con la rabia de saber que fueron evitables. ¿Cuántos más tienen que caer para que Pedro Sánchez suelte el sillón? ¿Cuál es el número exacto que hace falta para que alguien diga: “hasta aquí”?

Porque ya no hablamos de una sola tragedia. Hablamos de una secuencia que empieza a tener patrón.

– Más de 150.000 muertos durante la pandemia, mientras se ocultaba información, se negaban mascarillas y se perseguía a quienes alzaban la voz.

– Más de 200 víctimas en la Dana, abandonadas por un gobierno que no envió ni ayuda ni prevención. Siete meses después, muchas siguen atrapadas sin ascensor, sin casa y sin consuelo.

– Y ahora, seis muertos por un apagón provocado por un experimento irresponsable, ordenado desde Moncloa para que Sánchez pudiera leer un titular verde en un foro internacional. Ni siquiera por salvar vidas. Por salvar su imagen.

Y mientras tanto, nadie asume nada. Ningún ministro dimite. Ningún responsable es cesado. Al contrario: se premia la incompetencia con cargos nuevos, despachos nuevos, dietas nuevas.

Nosotros lo dijimos el 9 de mayo, y ahora lo confirma The Telegraph: fue una orden directa. Se desconectaron los cuatro reactores nucleares para comprobar si España podía funcionar solo con renovables. Un juego. Un delirio. Una apuesta suicida que acabó en tragedia.

Y la respuesta del Gobierno es decir que The Telegraph difunde bulos. Como si fuera un panfleto. Como si 170 años de historia pudieran tirarse al cubo de la basura con un tuit de María Jesús Montero.

Aquí ya no se trata de ideología. Se trata de vidas. De responsabilidad. De dignidad. Y de que, en cualquier país serio, un gobernante que acumula este historial de víctimas y negligencias dimitiría por respeto, aunque fuera por vergüenza.

Pero aquí no. Aquí se aferran al sillón como si fuera un derecho divino. Como si gobernar fuera un premio, y no una obligación.

Y por eso lo repito: ¿cuántos muertos más hacen falta para que Sánchez suelte el sillón?