De dar clases particulares a ministro: el caso Ábalos y el enchufe como sistema

La historia política de José Luis Ábalos no debería sorprender a nadie. Lo que sorprende es que aún haya quien la vea como un caso aislado, como una anomalía dentro de un sistema que, supuestamente, premia el mérito. Porque la verdad es otra: Ábalos no es la excepción, es el modelo.
De profesor de instituto a ministro. De escudero de Pedro Sánchez a diputado descolgado tras el caso Delcy. De caído en desgracia a reaparecido en el Congreso como si nada hubiera pasado. Todo eso sin haber pasado por una sola votación directa, sin asumir responsabilidades reales, sin pedir perdón, sin dimitir.
No hay nada excepcional en esa trayectoria. Lo excepcional sería que alguien, dentro del sistema, rindiera cuentas de verdad. Pero aquí, quien obedece al jefe, tiene garantizado el futuro. Caer bien en el partido importa más que gestionar bien un ministerio.
Ábalos fue útil. Ejecutó órdenes. Sirvió de escudo. Y cuando la cosa se torció con la famosa escala de Delcy Rodríguez, fue apartado con la misma discreción con la que se coloca a los leales en puestos seguros. Porque en este país, el castigo nunca es real: se transforma en colocación alternativa.
Hoy sigue siendo diputado. Cobra. Tiene escaño. Y no representa a nadie más que a ese entramado político basado en la fidelidad, no en la capacidad. Un sistema que prefiere burócratas dóciles a líderes incómodos. Que fabrica carreras a base de favores, no de resultados.
¿Y qué pasa cuando cae uno de estos perfiles? Nada. Porque hay colchón. Porque el verdadero paro solo afecta a quien no forma parte del aparato. Para el resto, siempre hay una puerta giratoria, una empresa pública, una fundación o, como en este caso, un escaño para guardar silencio.
Pero esto no va solo de Ábalos. Va de todos los Ábalos que hay en el Congreso, en los partidos, en los gabinetes, en los consejos de administración de las empresas públicas. Personas que no han hecho nada por el país, pero que llevan toda una vida viviendo de él.
Esto no es un ataque personal. Es un diagnóstico político. Porque mientras siga funcionando esta red clientelar encubierta, nunca habrá regeneración real. Se llenarán la boca con transparencia, pero seguirán blindando a los suyos. Hablarán de meritocracia mientras colocan a dedo. Harán discursos sobre igualdad de oportunidades mientras usan el BOE como instrumento de enchufe.
Ábalos es la prueba viviente de que en España puedes fallar, puedes mentir, puedes manchar tu reputación… y aun así ser premiado si has sido leal. No importa la caída, importa a quién molestaste en el proceso. Y él, a Sánchez, nunca lo molestó.
Así que no nos engañemos. El problema no es un nombre. Es el sistema. Y hasta que no se rompa esa lógica de obediencia a cambio de cargo, seguirán saliendo nuevos Ábalos con distinta cara pero misma trayectoria.
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