Delito de odio: cuando decir la verdad te convierte en culpable

El padre Custodio Ballester, sacerdote de la archidiócesis de Barcelona | Hazte Oír
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Lo que voy a contar hoy no es una anécdota judicial, es una advertencia.
El padre Custodio Ballester, sacerdote de Hospitalet, fue acusado de delito de odio por criticar los privilegios del islam en España.
Y después de años de persecución, ha sido absuelto.
Pero el mensaje que deja su caso es claro: en este país ya no se puede hablar libremente.

Lo entrevisté en el programa y su testimonio lo dice todo.
No insultó, no incitó a la violencia, solo expresó una opinión razonada sobre la imposición cultural y la desigualdad de trato que sufrimos los cristianos.
Y por eso quisieron llevarlo a los tribunales.
¿De verdad esto es justicia?

El padre Custodio lo resumió con lucidez:

“No me juzgaban por mis palabras, sino por no arrodillarme ante el pensamiento único.”

Exacto.
Vivimos en un tiempo en el que la verdad molesta más que la mentira, y donde la corrección política se ha convertido en religión de Estado.

Nos bombardean con mensajes de tolerancia, pero solo hacia una dirección.
Si cuestionas la inmigración descontrolada, eres xenófobo.
Si defiendes la vida, eres ultracatólico.
Si denuncias los abusos del islam radical, cometes un “delito de odio”.
Mientras tanto, los verdaderos discursos de odio se toleran si vienen del bando “correcto”.

Y lo más peligroso: la justicia se ha vuelto ideológica.
Ya no se juzgan los hechos, sino la opinión del acusado.
El sistema decide quién puede hablar y quién debe callar.
Eso no es democracia: eso es totalitarismo blando.

Este caso del padre Custodio debería estar en los libros.
Porque ha ganado, sí, pero a un precio enorme: años de linchamiento mediático, presiones, campañas de difamación y silencio institucional.
Todo por ejercer su libertad de expresión.

En su voz se notaba la serenidad de quien sabe que la verdad siempre acaba imponiéndose, aunque cueste.
Y eso es lo que más temen quienes viven del engaño.

Por eso repito desde aquí lo que dije en el programa:
El delito de odio se ha convertido en el arma perfecta del poder para amordazar al ciudadano.
Hoy es un cura.
Mañana puede ser cualquiera que se atreva a pensar por sí mismo.

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