El delito de odio como arma contra sacerdotes: el caso del padre Custodio

Hoy he querido dar voz a un hombre valiente: el padre Custodio Vallester, sacerdote de Barcelona al que la fiscalía pide tres años de cárcel. ¿Su delito? Decir que el islam radical amenaza a nuestra civilización cristiana. Algo que, por cierto, ya advirtió Juan Pablo II en el Vaticano hace años.

La acusación parte de un grupo llamado Musulmanes contra la islamofobia, subvencionado por el Ayuntamiento de Barcelona, la Diputación y la Generalitat, dirigido por un miembro del equipo de Ada Colau. Un grupo que incluso llegó a felicitar a los talibanes cuando tomaron Kabul. Es esa organización la que denunció al padre Custodio.

El sacerdote lo tiene claro: no cometió ningún delito de odio. Lo que hay es una persecución contra curas que se atreven a hablar. Lo dijo él mismo: “El delito de odio es un instrumento de coacción y control social. Sirve para autocensurarnos y no apartarnos un ápice del discurso oficial”.

Y mientras tanto, la fiscal que ha impulsado la acusación, María Teresa Verdugo, ha sido premiada con un ascenso: ahora preside la llamada Autoridad Independiente para la Igualdad de Trato y la No Discriminación. De independiente, nada.

Me duele comprobar cómo la Conferencia Episcopal calla. El arzobispo Omella le llamó en privado, pero públicamente no hay un comunicado de apoyo a dos sacerdotes perseguidos. En cambio, sí lo hubo para defender a musulmanes en un polideportivo. ¿Por qué se defiende a unos y no a otros? La respuesta es el miedo.

El padre Custodio lo dijo con claridad: “Yo me hice sacerdote para no tener miedo. Soy célibe para ser libre con la libertad de Cristo. Y si estoy en la última parroquia de la diócesis, al menos déjenme decir la verdad”.

Queridos confidenciales, este juicio no es solo contra dos sacerdotes: es un ataque directo a la libertad religiosa y de expresión en España. Y lo que está en juego no es un titular, sino el derecho a decir la verdad sin que la fiscalía te pida cárcel.

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