El socialismo es el culto a la vagancia y la violencia
Hoy he querido que hablen dos voces muy distintas, pero con una coincidencia absoluta: la deriva moral del socialismo.
Por un lado, Azabache, artista y activista venezolana, que ha vivido en su propia piel lo que es el chavismo; y por otro, Roberto Crobu, psicólogo y analista, que observa cómo la política española ha derivado en un experimento de manipulación emocional.
Azabache no se anda con rodeos:
“El socialismo es el culto a la vagancia y a la violencia.”
Viene de un país arrasado por esa ideología, donde las colas para comprar pan son diarias y el miedo se respira en las calles. “El problema —me dice— es que Europa no aprende. Les estamos avisando de lo que va a pasar y se ríen. En España veo los mismos pasos que nos llevaron al abismo.”
Cuando la escuchas, entiendes que no es un discurso político, sino una advertencia de superviviente.
Cuenta que en Venezuela el control empezó por la cultura: subvenciones, censura y miedo a disentir. “Primero te compran el silencio; luego te quitan la voz.”
Roberto Crobu añade una lectura psicológica demoledora:
“La única enfermedad que tiene Pedro Sánchez es la adicción al poder.”
Explica que el presidente actúa como un sujeto narcisista con rasgos clínicos: “No concibe que alguien no lo adore. Vive en un bucle de autoconfirmación, rodeado de aduladores que le refuerzan la idea de que todo lo que hace está bien.”
Crobu lo compara con otros líderes que confunden la política con una terapia personal. “Utilizan el país como un espejo. Si el espejo les devuelve una imagen que no les gusta, lo rompen. Eso hace Sánchez con los medios, con la oposición, con la justicia.”
Azabache asiente y lanza una última frase que lo resume todo:
“El socialismo destruye lo que toca, pero antes te hace creer que te está salvando.”
Lo que une a ambos es la lucidez. Ella habla desde la ruina que ya vivió; él, desde la ciencia que explica por qué volvemos a repetir los mismos errores.
Y yo, que los escucho, no puedo evitar pensar que España está entrando en esa fase peligrosa en la que el poder se vuelve religión y la verdad, un delito.
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