En la paz, hay que dar el cargo

A mí me enseñaron que en la guerra se da la vida. Que cuando luchas por tu país, por tu gente, por tus valores, puedes llegar hasta el último sacrificio. Pero lo que nadie me explicó es que en la paz también hay que dar cosas. Y lo he aprendido por las malas. Porque yo he tenido que dar el cargo. Y también la casa.

Lo dije en directo, por primera vez, este 26 de mayo. No porque quiera hablar de mí —nunca lo hago—, sino porque ya es hora de que alguien lo diga: decir la verdad cuesta caro. Denunciar la corrupción cuesta trabajo, salud, familia. Cuesta que te cierren puertas, que te retiren contratos, que te silencien de todas las maneras posibles.

Y aún así, lo volvería a hacer.

Porque si nosotros —los que tenemos micrófono, foco, medios— no estamos dispuestos a pagar ese precio, ¿quién lo va a hacer? ¿El funcionario atado a una hipoteca? ¿El técnico al que le mandan callar cuando denuncia una irregularidad en su empresa pública? ¿El policía que se juega el cuello sin apoyo institucional? ¿El médico que se hartó de contar cadáveres mientras los de arriba estaban de vacaciones?

No. Si alguien tiene que dar el primer paso, somos los que ya no tenemos nada que perder. O los que hemos decidido que nuestra dignidad vale más que un sueldo. Aunque duela. Aunque te deje sin casa.

Esta frase no es mía, pero la hago mía: en la guerra se da la vida. En la paz, hay que dar el cargo. Hay que estar dispuesto a dejar el despacho, el asiento, el escalón, si con eso puedes frenar una injusticia o desenmascarar a un corrupto.

No se lo puedes pedir a los demás si tú no estás dispuesto a hacerlo primero.

Por eso seguimos. Por eso Castillón Confidencial no para. Porque muchos nos escribís diciendo: “no os calléis”. Y la verdad es que callarse sería mucho más fácil. Pero sería traicionar todo por lo que ya lo hemos perdido todo.

Si tú también crees que esta guerra se libra en la paz, entonces ya sabes lo que te toca. No hace falta dar la vida. Pero quizá sí el cargo.