Lo que no quieren que mires: la verdad sobre las estelas del cielo

En Castillón Confidencial no vamos a andarnos por las ramas. Hoy hemos invitado posiblemente a la mayor experta sobre estelas químicas que hay en España, activista medioambiental investigadora de geoingeniería climática, Josefina Fraile, para poner nombres y datos a lo que muchos intuyen, pero pocos se atreven a decir: las estelas que vemos a diario en el cielo no son vapor de agua. No son «nubes de condensación». Son otra cosa. Y esa otra cosa, amigos, está diseñada para alterar el clima… y mucho más.
No, no es vapor de agua
La teoría oficial dice que lo que vemos tras los aviones es vapor condensado. Josefina desmonta esa idea en dos frases: «La condensación real ocurre a más de 9 km de altura, con humedad del 76% y 44 grados bajo cero. Y aún así, apenas se ve. Lo que estamos viendo en el cielo se queda durante horas, forma cuadrículas, y no se comporta como vapor. Porque no lo es.»
El término «chemtrail» fue creado por el ejército en los años 90, precisamente cuando empezaban los programas de modificación climática a gran escala. ¿Casualidad? Ninguna.
Un científico que se atrevió a analizar
El único científico que ha analizado el contenido real de estas estelas fue el Dr. Marvin Herndon, químico nuclear. En San Diego, recogió lluvia tras una jornada de fumigaciones visibles. ¿Qué encontró? Un cóctel de aluminio, bario, estroncio, titanio… y hasta 16 elementos distintos. ¿Coincidencia? No. Eso coincide exactamente con la composición de las cenizas volantes de carbón, un residuo industrial altamente tóxico que debería estar sellado y confinado.
Estas cenizas contienen hasta 46 sustancias peligrosas, incluyendo elementos radioactivos como el uranio. Y están siendo dispersadas desde el aire.
¿Por qué lo hacen?
Aquí entra lo delicado. Y lo inquietante. Según Josefina Fraile, esto forma parte de una estrategia global: controlar el clima es controlar la agricultura. Y controlar la agricultura es controlar a la humanidad. Tal cual.
Desde los años 60, España se convirtió en campo de pruebas de estos programas. Castilla y León fue una de las primeras regiones utilizadas. ¿El motivo? Su situación estratégica: puente entre Europa, África y América Latina.
Impacto directo en tu salud (aunque no mires al cielo)
¿Te preocupa el Alzheimer precoz? ¿El aumento de trastornos neurodegenerativos en niños? Fraile vincula el aluminio químicamente móvil contenido en estas partículas con esos problemas. Se absorbe por la piel, los pulmones, llega al cerebro. Y lo daña.
También hay otra consecuencia silenciada: el déficit masivo de vitamina D, al tapar sistemáticamente el sol con estas nubes artificiales. ¿Casualidad que en plena «pandemia» nos mandaran a encerrarnos en casa mientras ocultaban el cielo? Saque sus propias conclusiones.
El silencio atronador de las instituciones
Ningún gobierno investiga. Ningún ministerio de salud dice nada. Quien habla, es tildado de conspiranoico. Pero todos hemos sido niños. Todos recordamos cómo era el cielo antes. Y todos vemos que algo ha cambiado.
Josefina lo dice claro: «Nos tratan como comedores inútiles. Han decidido que sobran 7.000 millones de personas. Y todo esto forma parte de esa agenda.»
Conclusión (por ahora)
Esto no va de ideología. Ni de creencias. Va de hechos. De datos. De salud. De soberanía. Va de mirar al cielo, ver una cuadrícula blanca y preguntarse: ¿qué demonios están haciendo?
En Castillón Confidencial seguiremos poniendo el foco donde otros no se atreven. Porque el silencio, amigos, también contamina.
Gracias, Josefina Fraile, por dar un paso al frente. Y a ustedes, por pensar.
Lo que ya está documentado: experimentos reales, riesgos reconocidos y silencio oficial
No hablamos de teorías. Hablamos de hechos.
Casos históricos de fumigaciones encubiertas
En 2002, el Reino Unido admitió haber rociado poblaciones con sustancias químicas y biológicas sin consentimiento, como parte de experimentos de defensa y guerra fría. Familias locales reportaron defectos de nacimiento y enfermedades graves. Un ejemplo destacado es la dispersión de zinc cadmium sulphide, un trazador fluorescente usado entre 1955 y 1963, en pruebas masivas alrededor de Dorset, Bristol y Londres.
El diario The Guardian tituló sin rodeos: «Millions were in germ war tests».
Nota importante: estos ensayos no buscaban modificar el clima ni bloquear el sol. Formaban parte de investigaciones militares sobre vulnerabilidad frente a ataques biológicos.
Casos como el de Janette Orman, madre de un niño con parálisis cerebral y habitante de una zona sometida a pruebas, se repiten entre decenas de familias que denunciaron problemas de salud inexplicables. Las autoridades lo negaron. Pero el daño quedó.
De la simulación a la realidad: la geoingeniería ya es oficial
Hoy, la geoingeniería solar ya no es experimental: es una propuesta pública.
Figuras como David Keith, de la Universidad de Harvard, promueven la inyección de aerosoles en la atmósfera para bloquear la radiación solar. Está financiado por personas como Bill Gates.
El propio Keith reconoció en 2013:
“There are risks. It could kill people. The full health effects are unknown.”
Y en un estudio más reciente, cofirmado por Keith, se admite que aunque la geoingeniería podría reducir muertes por calor extremo (si hay quien se crea eso), también aumentaría las muertes por contaminación atmosférica y pérdida de ozono.
Además, voces como la de Robert F. Kennedy Jr., actual Secretario de Salud de EE. UU., han alertado de que agencias como DARPA podrían estar implicadas en la dispersión de aluminio y estroncio. Lo ha calificado como un crimen medioambiental, y ha exigido su suspensión.
Riesgos reconocidos, pero silenciados
Y mientras tanto, diversos análisis de aire recogen niveles preocupantes de:
- Aluminio
- Bario
- Estroncio
- Nanopartículas metálicas
Los posibles efectos:
- Trastornos respiratorios
- Alergias persistentes
- Fatiga crónica
- Síntomas neurológicos e inflamación del sistema nervioso
¿Quién protege a nuestros hijos?
Una madre, preocupada por el aire que respiran sus hijos en el colegio, lanzó estas preguntas a las autoridades:
- ¿Se ha informado a los centros escolares?
- ¿Se han hecho análisis del aire o del agua?
- ¿Qué protocolo existe si se detecta exposición?
No ha obtenido respuesta. Pero la pregunta sigue en el aire.
¿Y si la narrativa del “calentamiento global” fuera parte del guión?
El Premio Nobel de Física John F. Clauser declaró en 2022 que “no existe una crisis climática”, y fue censurado por el FMI y otros foros.
Según Clauser, el impacto de la nubosidad es mucho mayor que el del CO₂ en el clima, algo que desmantela las bases del discurso oficial.
Y para rematar: datos satelitales (GRACE-FO) muestran que de septiembre 2023 a agosto 2024, Groenlandia no perdió masa glaciar, sino que acumuló hielo por encima de la media.
¿Cuál es la finalidad real de Keith, Gates y compañía?
Porque, seamos sinceros: ¿alguien se cree que quieren “salvar el planeta”? Solo un ingenuo climático podría tragarse eso. Detrás del cuento del “enfriamiento solar”, se esconde un menú mucho más frío:
- Evitar cambiar el sistema económico
La geoingeniería permite seguir emitiendo CO₂ sin alterar el modelo industrial. No hay transición energética real. Solo parche tecnológico para proteger a quienes contaminan. - Control climático centralizado
Manipular el clima da ventaja geopolítica: quien lo controla, decide dónde llueve, dónde no, qué región sufre sequía o qué cultivo florece. - Nuevos mercados financieros
Se abren nichos para créditos solares, startups de gestión climática, patentes de aerosoles, servicios de cooling y permisos de atmósfera. Todo bajo el sello de la «urgencia ambiental». - Disfraz de tecnosolución bondadosa
La narrativa del clima justifica medidas de control social, censura, digitalización forzada y restricción de libertades, mientras se lava la cara del modelo extractivo.
En resumen: no quieren salvar el planeta. Quieren salvar su modelo. Y de paso, dominar el cielo.
¿Catástrofes naturales… o fenómenos dirigidos?
La llamada DANA que azotó Valencia en 2024 dejó más preguntas que respuestas.
Lluvias extremas, previsiones erráticas, zonas arrasadas selectivamente… y curiosamente, intereses urbanísticos y energéticos en expansión sobre parte del territorio afectado.
¿Casualidad? ¿O ensayo de modelado climático?
Hoy sabemos que empresas como Palantir, vinculadas a inteligencia militar, control predictivo, IA y gestión de datos climáticos, ya están trabajando con gobiernos europeos y bancos centrales. Y todo bajo el marco de la Agenda 2030, que promueve un “nuevo pacto ecológico” global.
¿Y si parte de ese nuevo mundo sostenible se está imponiendo desde arriba… con rayos, viento y tormentas incluidos?
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