Un policía portugués muere a manos de narcos en el Guadiana… y a nadie le importa
Hay noticias que deberían abrir todos los informativos y, sin embargo, pasan sin pena ni gloria.
Un agente de la Policía Marítima de Portugal ha muerto en el río Guadiana después de que una narcolancha, a toda velocidad, arrollara su embarcación. No fue un accidente. La lancha ni trató de esquivarlos: los embistió de frente. Después, siguiendo el manual del crimen organizado, incendiaron la embarcación para borrar huellas.
Ni un comunicado del Gobierno. Ni una comparecencia. Nada.
La Guardia Civil estaba allí. Detectó la narcolancha, alertó a Portugal y la patrullera lusa salió al cruce. El agente murió prácticamente en el acto.
Hablo con Alfredo Perdiguero, portavoz de Juntos Pol-GC —una nueva asociación que agrupa a policías y guardias civiles hartos de trabajar sin medios—. Lo que cuenta no es una opinión. Es un diagnóstico del Estado.
“Las persecuciones contra narcolanchas terminan cuando se acaba la gasolina. Si se les acaba a ellos, ganamos. Si se nos acaba a nosotros, perdemos. No tenemos cobertura legal para hacer nada.”
Lo pronuncia sin dramatismo, pero la frase tiene el peso de una sentencia.
España —un país de la Unión Europea— permite que su policía persiga a criminales sin marco legal suficiente. El resultado es evidente: el narco ya no huye. Se enfrenta.
Según Perdiguero, la situación en el Estrecho ha mutado. Antes, las narcolanchas escapaban. Hoy arrollan patrulleras. La muerte del cabo portugués no es un hecho aislado; es la consecuencia de una política.
España ha desmantelado la unidad más efectiva contra el narcotráfico, OCON-SUR. La puso en marcha el Ministerio del Interior. El mismo Ministerio que después la cerró.
No se trata solo de números, pero los números hablan:
- OCON-SUR fue la unidad que más droga, dinero y detenidos logró en el Campo de Gibraltar.
- Se cerró alegando “coste en dietas”.
- Mientras tanto, el narcotráfico mueve cientos de millones en la zona.
Perdiguero lo resume de forma incómoda:
“¿A quién beneficia cerrar la unidad que más droga incautaba?”
No hay respuesta oficial.
El 80% de la población del Campo de Gibraltar vive directa o indirectamente del narcotráfico. En Marruecos, más de un millón de personas trabajan en la producción de hachís.
El narco no es una actividad clandestina: es una industria.
Y España, en lugar de combatirla, desactiva a quienes la combaten.
Mientras esto sucede, la atención nacional se desvía hacia debates estériles, comisiones políticas y comparecencias donde nadie responde a nada. Esta semana, Pedro Sánchez estuvo cinco horas en el Senado. No aclaró una sola de las sospechas que lo rodean. Se permitió incluso negar conocer a personas con las que aparece fotografiado. La política convertida en teatro. El Senado reducido a escenografía.
La frase que escuché después a un analista político lo resume mejor que yo:
“Sánchez salió casi intacto. La comisión no sirvió para nada.”
El contraste es obsceno.
Un policía muere arrollado por una narcolancha.
Ningún ministro viaja.
No se convoca rueda de prensa.
Ni siquiera una declaración institucional.
Pero cinco horas de debate vacío sí merecen titulares, tuits, debates, tertulias.
Mientras el Estado convierte la política en espectáculo, son los agentes en el agua —esos a los que enviamos a patrulleras sin medios— los que pagan el precio real.
Y también los ciudadanos.
Cuando la Dana golpeó Valencia, quienes aparecieron primero no fueron las instituciones, sino los vecinos. Mujeres que se metieron en el barro sin cámaras, sin focos y sin protocolarias pulseras de seguridad. Mujeres —anónimas, sin cargos— que hicieron lo que no hicieron los cuerpos de emergencia bloqueados por órdenes políticas: rescatar.
No son noticia.
No aparecen en los homenajes.
Pero sostienen este país más que muchos ministerios.
Hay una frase que molesta a algunos, pero es verdad:
Solo el pueblo salva al pueblo.
Los narcos, al otro lado, lo tienen claro: disciplina, medios, dinero y decisión.
Aquí tenemos patrulleras sin combustible, unidades cerradas y agentes que mueren en silencio.
La diferencia entre un Estado y un narcoestado es muy simple:
en uno, la ley se cumple.
en el otro, se tolera que manden los criminales.
Y les aseguro que en el Guadiana, el otro día, no mandaba el Estado.
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