A día de hoy sigue siendo muy peligroso pasear por Barcelona

Recreación ilustrativa que muestra la cruda realidad de la inseguridad en las calles de Barcelona.
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Hay una frase que muchos no quieren escuchar, pero que quienes viven en Barcelona conocen demasiado bien: la ciudad sigue siendo peligrosa. No es un titular exagerado, no es una consigna política y no es una intuición. Es la realidad que describen vecinos, comerciantes, policías… y quien lo vive en primera persona.

El presidente de la Alianza contra el Comunismo, Sayde Chaling Chong, lo dijo sin rodeos cuando le pregunté por la situación actual:
“Es impresionante. La situación en Barcelona es realmente compleja.”

No hablaba de oídas. Contó lo que vivió hace apenas unos días, paseando por el centro histórico, cerca del Palau de la Generalitat, en ese entramado de callejones estrechos que hoy se han convertido en un territorio donde el miedo es parte del paisaje urbano.
Sayde caminaba con su mujer. De repente, los gritos:
“Auxilio”, “¡Ayuda!”, voces de chicas que pedían socorro desde esas calles retorcidas donde la policía tarda en llegar y los delincuentes se sienten a salvo.

Y la pregunta que lanzó resume toda la decadencia:
“¿A quién se le ocurre meterse en esa zona de Barcelona por la noche?”
La repregunta, aún más dura, es inevitable:
¿En qué momento una ciudad europea pasó a ser un lugar donde un simple paseo nocturno se considera una temeridad?

La respuesta está en los datos, pero sobre todo en lo que ya vemos sin necesidad de estadísticas maquilladas. Donde se publica un informe –como el reciente en el País Vasco– el 63% de los delitos los cometen extranjeros, con un 67% de origen magrebí. Y cuando digo esto, no lo digo yo: lo dicen los informes policiales.
Si se publicara la verdadera estadística en Cataluña, como comentamos en directo, ardería el documento.

Barcelona arrastra ocho años de degradación, permisividad y abandono institucional que ahora intentan corregir aplicando controles absurdos en aquello que sí funciona y dejando intacto lo que destroza la convivencia.
El propio Sayde ironizaba con el contraste:
Durante la era Colau, “podías empadronar hasta una comadreja y no pasaba nada”. Ahora, para que un ciudadano legal pueda empadronarse, parece que pidan hasta el ADN de la abuela.

No es solo inseguridad. Es caos administrativo, colapso institucional y una burocracia que castiga al ciudadano correcto mientras beneficia al que no respeta ninguna norma.

Pero lo esencial está en la calle.
La Barcelona en la que crecimos —moderna, abierta, segura, europea— ya no existe.
Hoy, en muchos barrios, las familias evitan salir de noche. Las mujeres caminan con miedo. Los turistas se convierten en presas fáciles. Y la policía, aun haciendo todo lo que puede, opera con medios insuficientes y bajo órdenes políticas que priorizan el relato antes que la seguridad.

Lo dije en el programa y lo repito aquí: la inseguridad no es una percepción.
Es un hecho.
Y negar los hechos solo sirve para que la ciudad siga cayendo.

Hacen falta políticos valientes que publiquen informes completos, que digan la verdad, que no maquillen cifras y que no llamen “racista” a quien exige datos reales para defender su propia seguridad.
Mientras eso no ocurra, mientras los gobiernos autonómicos y municipales miren hacia otro lado, mientras se criminalice al que denuncia en lugar de al que delinque, Barcelona seguirá así: convertida en un mapa de riesgo, con zonas enteras en las que nadie debería caminar solo.

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