A Álvaro de Marichalar intentaron matarlo… con una inyección

Hoy quiero contarles algo que no van a ver en los grandes medios. Algo que me dejó sin palabras y que revela hasta dónde puede llegar la podredumbre institucional cuando se mezcla con el fanatismo político.
Álvaro de Marichalar, empresario, campeón del mundo de motonáutica y firme defensor de la unidad de España, me ha contado en directo que fue detenido de forma ilegal por los Mossos d’Esquadra… y que intentaron matarlo. Así. Sin rodeos.
Se manifestaba el 26 de octubre de 2017 en la Plaza Sant Jaume de Barcelona, con una pancarta que decía “Stop 3%”, pero no iba exclusivamente dirigida a la corrupción de los gobiernos catalanes, sino que era una denuncia general contra la corrupción en toda España, usando el escándalo del 3 % (símbolo del saqueo institucional en Cataluña) como ejemplo paradigmático. A su alrededor, estudiantes e independentistas protestaban contra la aplicación del artículo 155 y pedían la libertad de Jordi Cuixart y Jordi Sànchez, líderes de Òmnium y la ANC.
Fue en ese contexto que siete agentes de los Mossos d’Esquadra lo arrastraron al interior del Palau de la Generalitat, lejos de las cámaras y los testigos. Allí, esposado boca abajo, lo golpearon y le inyectaron adrenalina en los pulgares. Dos veces.
Sí, han leído bien. Adrenalina. Una técnica de la que hay registros en países con dictaduras: provoca un infarto que parece natural. Álvaro sobrevivió, pero tuvo que ir a un forense en Estados Unidos para documentar lo sucedido. “La adrenalina no deja rastro”, me explicó. Por eso es tan eficaz para eliminar a alguien sin dejar huella.
Ganó el juicio, sí. Se declaró que la detención fue ilegal. Pero nadie pagó. Nadie fue inhabilitado. Nadie pidió perdón. Y el caso, como tantos otros, fue silenciado. Los medios lo ignoraron. Políticos como Rajoy miraron hacia otro lado. La Casa Real también. ¿Por qué? Porque si se abría esa caja de Pandora, se caía media estructura del Estado.
Marichalar fue apaleado por defender la unidad de su país. Le rompieron el reloj, lo esposaron, lo pisotearon… y lo intentaron matar. ¿El motivo? Ser una voz incómoda. Una más que molesta al régimen político, al separatismo subvencionado y a los clanes que controlan ciertas regiones como cortijos privados.
¿Y saben qué es lo más tremendo? Que todavía haya quien lo niegue. Que a día de hoy, Álvaro viva fuera de España, exiliado voluntario, porque este país —nuestro país— lo expulsó con violencia. Con miedo. Con rabia.
Yo sí creo a Marichalar. Porque lo conozco. Porque no tiene nada que ganar mintiendo. Y porque, lo que cuenta, encaja con un patrón cada vez más evidente de abuso institucional y cobardía mediática.
España tiene héroes silenciosos. Y también verdugos con uniforme. Y cuando la línea entre ambos se difumina, la democracia se tambalea.