Aplausos al fiscal imputado: cuando la justicia deja de ser justicia
Hay imágenes que resumen un país mejor que mil titulares.
Una de ellas ocurrió esta semana en el Tribunal Supremo.
El fiscal general del Estado, imputado y juzgado, entra en la sala. Lleva toga, coche oficial y escolta. No camina hacia el lugar donde se sientan los acusados. Se sienta junto a los jueces, como si fuese uno de ellos.
Y entonces ocurre lo insólito:
decenas de fiscales lo aplauden.
Aplauden a un imputado.
En la casa de la justicia.
Con toga.
Me niego a normalizarlo.
Una funcionaria que intervino en el programa lo verbalizó sin matices:
“Usted no puede ponerse ahí. Tiene que sentarse donde se sientan los juzgados.”
Otra aportó una explicación inquietante: relaciones de poder, logias, jerarquías internas que están por encima de los protocolos judiciales. No tengo pruebas de eso, pero la imagen alimenta todas las sospechas.
Lo grave no es el gesto.
Lo grave es lo que significa.
En cualquier país serio, un fiscal imputado entra con discreción, sin toga, sin aplausos, y se sienta donde se sientan los que rinden cuentas.
Aquí no.
Aquí lo arropan, lo celebran, lo elevan.
Roberto lo analizó en el programa con precisión quirúrgica:
“Es una maniobra de presión social. Mostrar apoyo para influir en el juicio.”
Comportamiento de secta, no de Estado.
Lo que vimos no fue justicia.
Fue corporativismo.
Un gremio protegiendo a uno de los suyos.
Como cuando a Ábalos lo recibieron con ovaciones.
Como cuando a Begoña Gómez la aplaudieron mientras era investigada.
En todos esos episodios la lógica es la misma:
si no puedes defenderte jurídicamente, protégete simbólicamente.
Si no puedes ganar en los hechos, gana en la puesta en escena.
La justicia debe ser neutral.
Lo que vimos es lo contrario: justicia selectiva.
Hay ciudadanos que se sientan en el banquillo.
Y hay otros que se sientan al lado del juez.
La justicia no puede ser un club privado.
No puede tener castas.
No puede tener intocables.
Porque cuando la justicia deja de serlo…
todo lo demás también cae.
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