Cándido Conde-Pumpido, el juez del poder, pierde los nervios

El presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido. | Eduardo Parra (EP)
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Amigos confidenciales, están pasando cosas en la investigación que rodea al presidente Pedro Sánchez, a su esposa, a su hermano y al fiscal general. Todo apunta, por fin, al cerebro: Pedro Sánchez. Pero hoy quiero detenerme en otro personaje clave del sistema: Cándido Conde-Pumpido, el hombre que ha servido fielmente al poder socialista durante décadas.

Me cuentan —y lo ha confirmado el periodista Miguel Ángel Pérez— que Conde-Pumpido sufrió un violento arrebato en un restaurante de Madrid, durante una comida de gallegos ilustres. Uno de los presentes, conocido suyo, se acercó a su mesa y le dijo:
“Cándido, ¿eres consciente de que eres la persona más odiada de España después de Pedro Sánchez?”
El magistrado, furioso, dio un golpe en la mesa y abandonó el local.

No fue un incidente aislado. Según diversas fuentes, ya ha tenido varios episodios de este tipo en el último año. No soporta las críticas, pero tampoco parece entender por qué se le critica. Y la respuesta es sencilla: ha utilizado la justicia como parapeto político.

Fue el hombre de Zapatero cuando había que tapar la rendición ante ETA. Es el hombre de Sánchez cuando hay que avalar la amnistía o blindar la impunidad de los suyos. Es el fontanero judicial del PSOE, el que abre y cierra el grifo según convenga a la Moncloa.

Ahora, quemado por las críticas y por su propia hoja de servicios, planea marcharse en diciembre y asegurar su retiro dorado en el Consejo de Estado, con un sueldo vitalicio de más de 90.000 euros anuales. Así se paga la traición a España.

Mientras tanto, los españoles soportamos la manipulación del Tribunal Constitucional, un órgano que debería ser el guardián de la Carta Magna y que se ha convertido en un cortijo político. Sin embargo, cada vez más ciudadanos alzan la voz. En la calle, Sánchez y los suyos ya no pueden pasear sin recibir el rechazo del pueblo. La impunidad se agrieta.

Que no nos vendan más humo: ni independencia judicial, ni neutralidad institucional. Pumpido representa el poder que se aferra a sí mismo. Y los que lo hemos denunciado seguiremos haciéndolo, porque la verdad —como la justicia— solo tiene sentido si es para todos.

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