Valencia: un acto político sin víctimas reales y con abucheos en la calle

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Pedro Sánchez visitó Valencia con la puesta en escena perfectamente preparada: banderas, aplausos, cámaras bien colocadas y un discurso cargado de promesas. Lo que no estaba en el guion eran las víctimas reales de la Dana. Tampoco los gritos que lo recibieron en la calle. Ni el enfado de quienes, meses después de haberlo perdido todo, aún no han recibido ni una llamada de ayuda.

En el acto institucional celebrado en la Comunidad Valenciana, el Gobierno presentó una imagen de control, de eficacia, de solidaridad resuelta. Pero la realidad que se vive a pocos kilómetros de ese escenario es muy distinta. Familias sin casa, autónomos arruinados, agricultores abandonados… y un silencio institucional que duele más que la lluvia.

No es un caso aislado. Es otro ejemplo de justicia selectiva, de cómo el poder solo escucha al que no molesta. Si eres víctima, pero no te callas, no te invitan. Si protestas, no existes. El problema no es solo que no estén ayudando a la mayoría de afectados: es que han borrado su presencia del relato.

Según los datos que ya analizamos: solo el 9 % de las solicitudes de ayuda tras la Dana han sido atendidas. El resto, en el limbo. Y sin embargo, el presidente del Gobierno organiza un acto institucional en el que ni una sola víctima verdadera sube al estrado. Ni un testimonio real. Ni una mención a los retrasos. Ni un “lo sentimos”.

Sí hubo fotos. Sonrisas. Aplausos forzados. Y el mensaje clásico: “El Gobierno no dejará a nadie atrás.” Frase que ya se ha convertido en un mantra hueco, especialmente para quienes han comprobado que el Estado sí deja atrás, y además lo hace con silencio administrativo.

En la calle, la cosa fue distinta. Vecinos de Valencia recibieron a Sánchez con abucheos, con gritos de indignación, con pancartas y con la frustración que ya no cabe en las urnas. Pero esa parte tampoco apareció en los titulares. Ninguna televisión nacional lo destacó. Ningún medio generalista dedicó una portada a ese descontento.

Lo que ocurrió en Valencia es el reflejo de un modelo político que ya no gobierna: escenifica. No busca soluciones, busca titulares. Y si para fabricar el titular hay que invisibilizar a las víctimas, se hace. Porque en este país, la verdad solo importa si favorece al relato.

Las víctimas reales no tienen hueco en el storytelling del Gobierno. No dan votos. No encajan en la foto. No se prestan a la propaganda. Y, por eso, no existen. Salvo cuando hay que contar los daños para justificar fondos… que luego, por cierto, tampoco llegan.

Esta no es una crítica puntual. Es un aviso. Porque si seguimos permitiendo que la política se convierta en teatro, llegará un día en que los damnificados no solo no salgan en la foto: no tengan ni dónde hacerla.

Y mientras tanto, los medios callan. Los de siempre. Los mismos que montan escándalos cuando gobierna el rival, pero callan como empleados sumisos cuando la censura y la mentira vienen de su lado.

Valencia no fue un homenaje. Fue una manipulación institucional en toda regla. Una obra sin actores reales. Una historia oficial sin dolor auténtico. Y quienes debieron estar, fueron sustituidos por quienes aplauden sin molestar.

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