El desastre del embalse de Alcollarín

Hace días vimos las imágenes y costaba creer que fueran ciertas, pero lo son: el embalse de Alcollarín, en Cáceres, ha sido vaciado por completo. Más de 50.000 millones de litros de agua, desaparecidos. Y todo por una operación absurda del Ministerio para la Transición Ecológica, que pretendía acabar con un pez invasor —la pseudorasbora parva, originaria de China— y ha acabado provocando un desastre ecológico de dimensiones históricas.
Las redes que colocaron para atrapar a los peces no funcionaron. Miles de ejemplares escaparon río abajo, colonizando aún más embalses y ríos como el Ruecas y el Guadiana. El resultado: aguas contaminadas, mortandad masiva de especies autóctonas, aves desplazadas, un hedor insoportable y la ruina del turismo rural que dependía de este entorno.
Lo que debía ser una solución se ha convertido en un problema mucho mayor. Vecinos, ecologistas y expertos hablan directamente de “atentado contra la naturaleza”. Paco Castañares, presidente de la Asociación Extremeña de Empresas Forestales y de Medio Ambiente, lo resumió así: “Han utilizado más de un millón de euros de fondos europeos para cometer un atropello sin precedentes. Un auténtico disparate que traslada el problema a todo el río.”
Y todo esto con un agravante: se ha hecho con dinero de Bruselas. Fondos europeos para destruir un ecosistema entero, vaciar un embalse que estaba lleno de vida, con aves como la cigüeña negra —especie en peligro de extinción— y un entorno turístico que hasta hace pocos meses era referente. Hoy, solo queda un lodazal pestilente.
La Confederación Hidrográfica del Guadiana ejecutó la orden. El Ministerio la avaló. Nadie se responsabiliza. Pero los efectos son irreversibles: los peces invasores ya han llegado a más ríos, la actividad económica local ha quedado arruinada, y lo que era un paraíso natural se ha convertido en un basurero.
Mientras tanto, se habla de “lucha contra especies invasoras” para tapar la incompetencia. La realidad es otra: negligencia, mala gestión y probablemente intereses ocultos. Lo de Alcollarín es un símbolo de cómo se gestiona nuestro medio ambiente: con ocurrencias políticas, pero sin ciencia ni responsabilidad.
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