“Tenemos la bala que me dispararon y vamos a enjuiciar al dictador y asesino Díaz-Canel”

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Hay testimonios que no necesitan adornos ni interpretaciones. Testimonios que, por sí solos, muestran la dimensión del horror de una dictadura. Y uno de ellos es el de Osiris Puerto, joven cubano, víctima directa del régimen y, a día de hoy, símbolo viviente de la persecución política en Cuba.

Cuando hablé con él, escuché una frase que resume toda la tragedia de un país secuestrado por más de seis décadas de totalitarismo:
“Gracias a Dios tenemos la prueba viviente… tenemos la bala que me dispararon.”

Él y su familia conservan el proyectil que atravesó su cuerpo. No es una metáfora, no es un símbolo: es la prueba material del intento de asesinato ordenado por la dictadura cubana.
Lo cuenta con una serenidad que estremece. Porque sabe que esa bala —que debería avergonzar a medio mundo— será un día la prueba que permitirá llevar ante la justicia a Miguel Díaz-Canel, heredero de una maquinaria criminal perfeccionada durante décadas: tortura, persecución, vigilancia, censura, ejecuciones extrajudiciales y represión sistemática contra todo disidente.

Lo dice Osiris sin titubear:
“Vamos a enjuiciar al dictador, al terrorista, al asesino castrista Díaz-Canel.”
Y lo dice porque él mismo es un superviviente. Porque estuvo en el punto de mira. Porque ha visto de frente lo que muchos denuncian desde lejos: el aparato represivo cubano sigue activo, sigue disparando contra su propio pueblo, sigue actuando como si nada ni nadie pudiera detenerlo.

Su caso no es aislado.
Es uno más entre miles: jóvenes encarcelados, activistas desaparecidos, opositores perseguidos incluso fuera de la isla. Y mientras tanto, parte de la comunidad internacional prefiere mirar a otro lado, celebrar acuerdos comerciales o sacarse fotos diplomáticas con los mismos que disparan contra su gente.

Osiris, en cambio, ya no tiene miedo.
Habla. Denuncia.
Y sostiene en su mano la bala que casi le quitó la vida, como un recordatorio de que la verdad no se puede borrar y de que, tarde o temprano, alguien tendrá que responder por cada disparo.

Cuba necesita voces así.
Hombres que ya no bajan la mirada.
Hombres a los que la dictadura no ha conseguido romper.

Y nosotros necesitamos escucharlos.
Porque su lucha también es nuestra lucha: la defensa de la libertad frente a los que matan para conservar el poder.

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