La cruz Roja ya no es humanitaria: es una industria

Un vehículo del Comité Internacional de Cruz Roja (CICR). | Belal Abu Amer (EP)
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Lo que van a ver y leer no es una interpretación. Es lo que muestran las imágenes y lo que cuentan quienes estuvieron allí.

En el programa analizamos un vídeo grabado en Gaza: tres hombres sacan un cadáver envuelto en una bolsa blanca de una casa. Lo entierran detrás de ese mismo edificio. Minutos después, una excavadora desentierra el cuerpo y lo deposita a los pies de un grupo de la Cruz Roja, que aparece entonces en escena.

La Cruz Roja, ante la evidencia, solo responde: “no conocemos las circunstancias”.
Nada más.

La pregunta es inevitable: ¿estamos ante un teatro para justificar subvenciones y presencia mediática?

Cuando se destapa este tipo de cosas, aparece el patrón.

La Cruz Roja vive de subvenciones.
No lo digo yo: lo dicen los datos oficiales.

En Valencia, durante la tragedia de la Dana, fueron de los últimos en llegar. Lo sé porque teníamos a nuestro equipo desplazado allí. Lo sé porque los propios vecinos y voluntarios nos lo dijeron mirándonos a cámara:

“No hemos visto a la Cruz Roja estos días. Solo los vimos llegar después, en coches y con los zapatos limpios.”

Lo repito: zapatos limpios.
Mientras había muertos en el barro.

En mi programa, el productor José Luis Rancaño lo explicó con claridad: no hablamos de una entidad humanitaria, sino de un monstruo que forma parte de lo que él llama la industria de la solidaridad. Igual que existe la industria del entretenimiento, existe la industria de las ONGs subvencionadas.

Y en esa industria, la Cruz Roja es la estrella.

Repito una cifra demoledora que se expuso en el programa:

514 millones de euros recibidos del Gobierno en 2023.
475 millones se destinaron a gastos de personal.

Es decir: dinero público que no va a emergencias, sino a mantener la estructura.

No es una ONG: es un chiringuito internacional con marcas, campañas, marketing y oficinas.

Y lo más vergonzoso: cuando se les exige rendir cuentas, siempre aparece la misma frase:

“No nos consta.”

No les consta que el vídeo sea lo que parece.
No les consta su falta de presencia en Valencia.
No les consta en qué se gastan gran parte de las subvenciones.

Mientras tanto, los autónomos duermen en sus coches, los voluntarios reales trabajan con sus propias manos y los ciudadanos siguen creyendo que donar es ayudar.

Pero la ayuda real no llega.

La industria de la solidaridad sí.

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