¿Quién juzga a los que hacen trampas? La justicia, desaparecida

He contado muchas cosas en mi carrera. Cosas que hacen temblar. Pero pocas veces he sentido la impotencia democrática que siento con esto: hay indicios de fraude electoral. Hay vídeos, hay actas firmadas antes de contar votos, hay cajas que aparecen en medio de un recuento. Y, sin embargo, la justicia no actúa.
Gabriel Araujo, perito informático que ha colaborado en múltiples investigaciones, lo explicó así de claro en el programa: “La Junta Electoral nos devuelve el informe sin abrir. Ni siquiera lo han leído. Nos remiten a la Fiscalía.” ¿Y qué hace la Fiscalía? Nada. Absolutamente nada.
Lo más escalofriante de lo que dijo Araujo fue esto:
“Tenemos que denunciar un delito… ante quienes lo cometen.”
Porque sí, hay magistrados que han firmado actas sin que el recuento esté completo, como ocurrió en Asturias. Y si quienes firman eso son jueces, y los denunciados son jueces, y los que deben investigarlo son sus compañeros, ¿qué esperamos que ocurra? Nada. Y es exactamente lo que está pasando.
Elena Ramallo, doctora en Derecho, fue más allá:
“El sistema judicial español no está preparado para esto. Las leyes se hicieron con la presunción de que habría buena fe.”
Y lo dijo sin rodeos: para juzgar a un presidente del Gobierno, hace falta voluntad política, pruebas irrefutables y un sistema no colonizado. Hoy no tenemos ninguna de las tres cosas.
El problema es que la justicia, que debería ser el último dique, también ha sido neutralizada. O está amordazada. O tiene miedo. Y si los jueces callan, si la Fiscalía mira a otro lado, si el sistema electoral es opaco… ¿quién defiende al ciudadano?
¿Saben qué respondió la Junta Electoral cuando le entregamos las pruebas? No “no hay base”, no “vamos a estudiarlo”, no “denlo al juzgado”. No. Respondieron devolviendo el sobre. Sin abrirlo.
Y entonces uno se pregunta: ¿cómo se combate un delito cuando quienes deben investigar son parte del problema?
Estamos solos.
Y cuando el poder político captura el poder judicial, cuando se transforma en una red cerrada, impermeable a la denuncia, ya no estamos ante una democracia. Estamos ante otra cosa.
Yo no voy a dejar de contarlo. Porque si la justicia no actúa, al menos quede constancia de que la verdad no fue silenciada del todo. Aquí seguimos. Con la palabra. Porque todavía no nos la han quitado.
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