Tanto Irene Montero como la actual ministra Ana Redondo me ofrecieron ser asesora de su Ministerio y a las dos les dije que no

En este diario confidencial quiero compartir con vosotros una historia que dice mucho de cómo funciona la política en España. Elena Ramallo, doctora en Derecho, investigadora en inteligencia artificial aplicada a la justicia, candidata a los premios Princesa de Asturias, con dos tesis doctorales y una trayectoria impecable, reveló en este programa algo que retrata perfectamente la forma en que se reparten los cargos en los ministerios: le ofrecieron ser asesora de Igualdad, tanto con Irene Montero como con la actual ministra Ana Redondo, y a ambas les dijo que no.
Elena es una mujer libre, técnica, con criterio. No está dispuesta a obedecer por obedecer. Por eso resulta tan llamativo que insistieran una y otra vez en incorporarla al ministerio, hasta el punto de ofrecerle incluso el cargo de secretaria de Estado. Y ella lo rechazó. ¿La razón? Muy simple: no trabaja con personas que considera menos preparadas que ella. Lo dijo sin rodeos: “Tengo por costumbre no trabajar para personas menos inteligentes que yo, y en este caso había un abismo”.
La presión del Ministerio de Igualdad
Primero fue el entorno de Irene Montero. La llamaron varias veces, querían ficharla. Ella se negó con argumentos: no veía en Montero ninguna trayectoria profesional que la avalara, y estaba convencida de que su proyecto acabaría en desastre. No se equivocó: la ley del “solo sí es sí” y la ley trans son prueba de esa deriva, leyes que han destrozado lo que tantas mujeres construyeron durante décadas de esfuerzo.
La reacción a sus negativas no fue solo el enfado, también la represalia: cuando Elena optó a un puesto internacional de juristas en el Consejo de Europa, con méritos de sobra, España no presentó candidatura ese año para impedir que ella saliera elegida. Así de claro.
El turno del PSOE y Ana Redondo
Pasado el tiempo, tras la salida de Montero, llegó el PSOE de nuevo a la carga. Le ofrecieron entrar en el nuevo ministerio, le llamaron personalmente desde arriba y hasta la propia ministra Ana Redondo la telefoneó. Le prometieron que las cosas cambiarían, que necesitaban expertos para reconstruir el feminismo, que por fin habría técnicos y no solo comisarios políticos.
Elena, con toda la seriedad que le caracteriza, aceptó hacer un diagnóstico técnico de lo que necesitaba el ministerio: coordinación real entre instituciones, mejorar la protección a mujeres y niños, dotar a los juzgados, reforzar pisos de acogida, dejar de gastar millones en campañas absurdas. Entregó el plan, pero nunca quisieron aplicarlo. Porque el PSOE, como el resto, coloca a los suyos. El resultado lo sabemos: promesas incumplidas, mentiras a las víctimas, pulseras que no funcionan y cargos ocupados por amigos del partido.
El coste de decir que no
Lo más grave de este testimonio es que demuestra cómo se gobierna en España: no se nombra a los mejores, se coloca a los fieles. Elena Ramallo ha sido vetada en múltiples ocasiones por la izquierda y también ignorada por el PP, que en temas de igualdad tampoco ha querido contar con expertos de verdad.
Mientras tanto, millones de euros se van en campañas publicitarias insultantes —“acuéstate teniendo la regla”, “Por huevos”, “el Fary feminista”—, en lugar de destinarse a lo que importa: salvar vidas. Los resultados son que las mujeres siguen siendo asesinadas, los niños siguen sin protección, y el Ministerio de Igualdad se ha convertido en un chiringuito político más.
Una voz libre
Por eso digo que Elena Ramallo es valiosa. Porque es libre, porque no necesita de nadie para decir lo que piensa. Ha demostrado que se puede decir “no” al poder, que se puede mantener la coherencia, aunque eso suponga vetos, desprecios y campañas en contra.
En este diario os lo contamos claro: mientras España siga gobernada por partidos que colocan amigos en lugar de expertos, el país seguirá retrocediendo. Y cuando alguien con la preparación de Elena Ramallo ofrece soluciones técnicas, lo único que reciben es silencio o rechazo.
Ojalá hubiera más personas como ella. Ojalá los gobiernos dejen de temer a los libres y empiecen a escuchar a los que saben.
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