Burka, barbarie y silencio feminista: ¿qué nos está pasando?

Imagen de jürgen Scheffler en Pixabay
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No me podía creer lo que escuché hace unos días en Televisión Española. Una mujer, vestida con hiyab, defendía que el burka es algo cultural. “Es su cultura”, decía, hablando de Afganistán, donde a las mujeres se las apedrea, se las azota y se las encierra bajo una tela. ¿De verdad alguien en su sano juicio puede decir eso en mi país, en nuestra televisión pública, sin que pase absolutamente nada?

Lo confieso: me enerva. Como hombre, como periodista, y como ser humano.

Elena Ramallo, nuestra colaboradora, lo dijo con toda la contundencia que la situación merece: “No podemos permitir que las niñas vayan al colegio tapadas porque son impuras”. Porque no lo son. Porque esa visión de la mujer, esa cárcel textil impuesta desde el fanatismo, no tiene cabida en una democracia que se construyó sobre los derechos, la dignidad y la igualdad.

¿Y saben qué es lo más doloroso? El silencio. ¿Dónde están todas esas feministas de pancarta y megáfono que asaltan iglesias? ¿Por qué callan cuando una niña de 6 años acude tapada a clase como si fuera culpable de su propio cuerpo? Si les parece bien, que se tapen ellas también. Pero que no lo impongan. Ni lo normalicen. Ni lo disfracen de cultura.

No, el burka no es cultura. Es una forma de barbarie.

Y esa barbarie está siendo blanqueada por medios públicos, por partidos que miran hacia otro lado, y por una izquierda que ha perdido el rumbo. Lo explicó muy bien nuestro psicólogo Julio Bronchal: hay una alianza táctica entre la izquierda woke y el islamismo más radical. Su objetivo es uno: destruir la sociedad occidental tal como la conocemos. Bajo un barniz de buenismo, hay un veneno corrosivo que está reescribiendo nuestras normas, nuestras libertades y nuestro futuro.

¿Desde cuándo un burka es de izquierdas? ¿Desde cuándo se tolera que un símbolo de sumisión se defienda como si fuera una bandera de identidad? ¿Y por qué quienes tanto gritan por los derechos, callan cuando se trata de defender los nuestros?

Estamos ante una invasión silenciosa, disfrazada de respeto cultural. Pero no se respeta lo que anula derechos. No se respeta lo que oprime. No se respeta lo que agrede.

Y mientras todo esto ocurre, seguimos callando. Seguimos avergonzándonos de decir que somos españoles. Como si defender nuestras raíces fuera fascismo, y rendirse a la imposición fuera progreso.

Yo lo digo alto y claro: ser español no es una vergüenza. Es un orgullo. Y no pienso quedarme de brazos cruzados mientras nos roban ese orgullo y lo sustituyen por miedo, por sumisión y por una falsa tolerancia que solo beneficia a los que quieren imponerse.

Esto no va de religión. Va de derechos humanos. Va de niñas. Va de libertad.

Y si hoy tengo que escribir esto, es porque muchos otros han dejado de hacerlo. Pero aquí seguimos. Desde Castillón Confidencial. Sin miedo. Con la verdad. Y con la palabra.

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