España debería empezar a pensar en salir de la Unión Europea
Lo que vimos en Bruselas hace unos días fue la confirmación de algo que llevo tiempo denunciando: la Unión Europea se ha convertido en un pantano de corrupción, un engranaje gigantesco que ya no sirve a los ciudadanos ni a los países que sostiene, sino a lobbies, dictaduras extranjeras y burócratas que viven instalados en un lujo obsceno mientras exigen sacrificios a los demás.
Lo explicaba Julio Bronchal con claridad quirúrgica: cada tres días estalla un nuevo escándalo de sobornos en la Eurocámara. Diputados comprados por el Partido Comunista Chino. Diputados comprados por Marruecos. Fluye dinero sucio por pasillos alfombrados, mientras los europeos perdemos industria, agricultura, ganadería y soberanía.
Estados que se desangran. Y una élite en Bruselas que mira hacia otro lado… salvo cuando hay que imponer políticas que perjudican directamente a España.
El episodio más grave lo vimos esta misma semana:
se aprobó que los productos marroquíes puedan llegar a Europa sin indicar que vienen de Marruecos, solo con el nombre de la región del Sáhara.
¿Qué significa esto?
Que usted ya no sabrá si lo que compra viene de un país que invade aguas españolas, que chantajea con inmigración, que intenta controlar el monte Tropic o que presiona a eurodiputados con ofertas sospechosamente generosas.
Girauta lo explicó sin rodeos: aquello fue un espectáculo bochornoso.
Mensajes enviados “desde arriba” en Marruecos.
Lobistas corriendo por los pasillos, teléfono en mano.
Votación perdida por un solo voto.
Un sistema entero vencido por presiones externas y dinero sucio.
Mientras tanto, España, indefensa.
Julio lo resumió con una frase que debería sonar como una sirena:
“Habría que empezar a pensar en salir de Europa.”
Y lo argumenta: ¿de qué sirve pertenecer a un bloque que impone un fanatismo climático que destruye al productor español, que blinda al lobby marroquí y que se financia con prácticas más propias de una república bananera que de una institución democrática?
A ese diagnóstico se sumó Azabache, desde la experiencia venezolana:
cuando un país pierde su soberanía, los organismos internacionales no lo salvan.
Los organismos internacionales solo sostienen el sistema que les da de comer.
Y lo estamos comprobando.
Entre la injerencia marroquí, la corrupción interna, la política de tierra quemada sobre agricultores y ganaderos y el silencio ante la penetración de redes extranjeras, la conclusión ya no es exagerada:
la Unión Europea se ha convertido en un riesgo para la estabilidad y la supervivencia española.
Y cuando una institución deja de servir al ciudadano y pasa a servir a intereses ajenos, la pregunta ya no es “¿qué podemos hacer para reformarla?”, sino:
¿qué hacemos aún dentro?

