El Parlamento Europeo nos cuesta 6 millones de euros al día
Esto que están viendo no es una postal de Bruselas: es el Parlamento Europeo. Y mantenerlo abierto cada día nos cuesta más de 6 millones de euros. Al año, 2.247 millones. Una cantidad obscena para una institución que, lejos de mejorar la vida de los ciudadanos, ha tomado decisiones que han perjudicado gravemente a sectores enteros de nuestro país.
Los 720 eurodiputados que trabajan aquí disfrutan de un nivel de privilegio que haría sonrojar a cualquier servidor público. Cada uno tiene coche oficial, 30.000 euros al año en gasolina, 28.000 euros mensuales en asesores, 5.000 euros en dietas y 4.000 euros por simplemente firmar su asistencia. Sueldo base: 11.000 euros al mes. Y el detalle que colma la paciencia: no pagan impuestos. Ninguno. Toda esta estructura mastodóntica se financia, íntegramente, con el esfuerzo de los ciudadanos europeos.
Mientras tanto, en España hay familias enteras viviendo al límite. Agricultores gallegos obligados incluso a derramar la leche al suelo porque no pueden venderla, pescadores asfixiados, ganaderos arruinados. Y buena parte de ese sufrimiento nace aquí, en esta maquinaria burocrática que legisla desde una burbuja aislada del mundo real.
Pasear por sus pasillos es comprobar una verdad incómoda: no es Europa la que manda aquí, son los lobbies. Los hay de Marruecos, capaces de lograr que sus productos entren en nuestros supermercados sin controles fitosanitarios. Los hay de China, moviéndose para controlar software y servicios internos. Y los hay de todas partes, siempre con el mismo objetivo: influir, presionar y comprar voluntades en nombre de intereses ajenos a los ciudadanos europeos.
Para rematar la paradoja, mantenemos dos Parlamentos simultáneos, este en Bruselas y otro en Estrasburgo. Millones y millones gastados en viajes, dietas, hoteles, traslados, logística. Una estructura duplicada que nadie es capaz de justificar, pero que todos siguen alimentando como si fuera inevitable.
Desde aquí, desde dentro, la pregunta resulta inevitable:
¿Es realmente necesario el Parlamento Europeo tal y como está concebido?
Y la respuesta, viendo esta opulencia pagada por los contribuyentes mientras miles de españoles no llegan a fin de mes, es dolorosamente evidente.
El ciudadano europeo merece saber en qué se gasta su dinero. Y merece exigir responsabilidades a quienes han convertido la representación democrática en un resort de lujo.
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